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Volver al Señor con gratitud

  • Foto del escritor: Luis Ariel Lainez Ochoa
    Luis Ariel Lainez Ochoa
  • 11 oct
  • 3 Min. de lectura

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Luego de que el Señor Jesús recuerda a sus discípulos la necesidad de tener fe, aunque sea diminuta, el Maestro sigue su caminata por las veredas y caseríos que atraviesan la senda a Jerusalén. Sucede pues, que en un tramo del camino le gritan desde lejos diez leprosos en busca de ayuda, el Señor accede a su petición y les envía con los sacerdotes.


Mientras estos hombres llagados, marginados y maltratados van de camino sucede la sanación, ¡ha ocurrido un milagro, la lepra se fue! Probablemente el grado de excitación y júbilo es desbordante, así que cada uno corre a comunicar la noticia. El encuentro con Jesús dio resultado, han sido sanados y ahora pueden reintegrarse a la sociedad, a sus familias, a su dinámica de vida.


He aquí una primera enseñanza que vale la pena hacer antes de precipitarnos a juzgar a los ingratos; todo encuentro con Jesús, cuando nace del corazón y de una necesidad verdadera de salir de una situación desfavorable verá los frutos a su tiempo. La cuestión aquí es que muchas veces vamos a donde está el Señor sin saber en realidad quién es Él e ignorando el poder transformador de su palabra y su persona.


Puede suceder que alguien se perciba listo para participar de los ritos, las celebraciones y las festividades religiosas de la comunidad, pero al mismo tiempo se acude algo distraído para no darse la oportunidad de vivir ese encuentro personal, genuino y profundo con Jesús. A veces hará falta desenmarañar la trama religiosa que en muchas ocasiones esconde al Señor y a su proyecto de sanación y salvación.


Ahora sí, es tiempo de ir a la enseñanza que propone el evangelista, y es que, para el asombro de Jesús, de los diez leprosos que han sido sanados solo uno postrándose rostro en tierra vuelve para darle las gracias al Maestro por haberle devuelto la vida. Y sí, la vida, porque los leprosos estaban condenados a morir aislados y olvidados, pues se habían hecho impuros y no podían acceder más a la vida de la vida de la comunidad.


Para mayor asombro del Señor, aquel que vuelve es samaritano y ya sabemos que los judíos con los samaritanos no son muy amigos ¿verdad? La vuelta agradecida de este extranjero es una dura crítica para el pueblo de Israel que con sus actitudes cree tener a Dios a su disposición, a su administración: se ha vuelto ingrato.


El ingrato es aquel que se siente merecedor de atenciones y favores, aquel en cuyo corazón se va diluyendo poco a poco la memoria de los bienes recibidos. Pronto dejará de agradecer y comenzará a exigir. El texto de hoy es una alerta para el creyente de no olvidar que, así como lo decía Santa Teresita de Lisieux, todo es gracia, es el Señor que por puro amor y compasión derrama bendiciones en la vida de los suyos.


La invitación hoy es a volver siempre al Señor con gratitud, sabiendo que cuida de cada uno con un amor especialísimo y particular, que Él nos devuelve a la vida siempre que vamos a su encuentro. En oración me pregunto: ¿En qué momentos de mi vida me vuelvo ingrato?, ¿Cuando consigo algo que anhelaba en lo profundo, vuelvo al Señor consciente de que toda bendición procede de Él? ¿Qué necesito comenzar a hacer para ser más agradecido?

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