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¡Se robaron el Cielo!

  • Pbro. Isrrael Matías Herrera
  • 22 nov
  • 2 Min. de lectura

Miro la siguiente imagen: un buen pastor con dos ovejas. Una oveja blanca en sus brazos con una mancha negra. La otra a sus pies: una oveja negra con una mancha blanca. ¿Qué conclusión puedo sacar para mi vida personal? La interpretación es la siguiente: la oveja blanca, «buena», con una mancha negra tiene algo de malo. La oveja negra, «mala», conuna mancha blanca tiene algo de bueno. Entonces en nuestra persona: no todo es bueno. Notodo es malo. Ni somos la santidad andando ni la maldad encarnada. Ocupo esta imagen para hablar de los dos reinos. Un reino de mal y un reino del bien.

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La primera impresión que tenemos al mirar a nuestro alrededor, a los demás, nuestra propia vida, parece que impera más el reino del mal. Sólo basta escuchar las noticias, lo que pasa en nuestros pueblos. Sin embargo, también hay un reino del bien, de Dios, que parece más silencioso, más discreto, pero existe. 

Me hace reflexionar sobre aquellos que dicen: todos están mal. Y no se logra ver nada, ni un poco de bien, de bondad, de Dios hacia afuera. Es así como nos puede pasar en esta vida. Todo está mal, no existe el bien, o la gran tentación: de creer que yo soy el bueno y que los demás son los malos. 

Hoy miramos el Evangelio. En la escena dolorosa de la Crucifixión. Donde parece que el mal ha vencido y triunfado. Está Jesús, mostrando el Reino del amor hasta el extremo. Junto a Él dos malhechores. Uno le insulta. Otro pide misericordia. Uno se queja. Otro ve oportunidad e implora benevolencia. Un «buen ladrón» que, humildemente reconociendo sus faltas, delitos… delante del Señor, le expresa: «Señor, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí…» (Lc 23, 42). Qué bien hace hoy mirar el Evangelio, y llenarnos de esperanza nuevamente, ante la actitud del «buen ladrón», que también se roba el cielo como se dice coloquialmente, «pues hay más alegría en el cielo, por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Lc 15, 7).

El reino del mal hace más ruido. El reino de Dios parece más silencioso. Sin duda a veces estamos en el reino del mal, otras en el reino del Señor. ¿A quién queremos servir? Nos puede pasar como san Pablo: «Hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que quiero» (Rom 7, 19). Pues la lucha es contra el maligno. Pero el mal ha sido vencido por el bien. El reino del mal no tiene la última palabra. Las primeras palabras del Papa León a toda la Iglesia, con un mensaje lleno de esperanza, fueron: «el mal no vencerá».

Para meditar el Evangelio nos pueden ayudar las siguientes preguntas, de la mano del Señor, para dialogar con Él: ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde? ¿En qué situaciones, lugares, personas, cosas… reina el imperio del mal en mi vida?: cuando el corazón se endurece, es egoísta, se cierra, vive en el individualismo, juzga, hay críticas, burlas, quejas, insultos…  Por otro lado también: ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde? ¿En qué situaciones, lugares, personas, cosas… reina Dios en mi vida? Que pueda agradecer esos momentos ordinarios, sencillos, donde el Señor mueve el corazón, lo hace sensible, se conmueve, desea ayudar, compartir, perdonar, practica la paciencia, presta un oído, da de su tiempo, ríe, abraza, está para los demás de corazón. Está el Reino de Dios entre nosotros. Dialogo con el Señor: ¿Qué quiero hacer hoy por Cristo?


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