Adviento es movimiento hacia Dios
- Pbro. Emanuel Torres Fuentes
- hace 12 minutos
- 3 Min. de lectura
Hoy 30 de noviembre de 2025 comenzamos un nuevo año litúrgico. La Iglesia, como una madre sabia, nos invita a iniciar este tiempo de Adviento no con prisas ni afanes comerciales, sino con una actitud profundamente espiritual: vigilancia, esperanza y conversión del corazón. Adviento es un tiempo para despertar.

La primera lectura del profeta Isaías nos lleva a contemplar una visión sorprendente. El profeta ve al monte del Señor, elevado sobre todos los montes, y a todas las naciones caminando hacia él. No van obligadas, sino atraídas por una luz, por una promesa, por una enseñanza que trae paz.
Dios quiere que su Palabra sea como un faro que guía la vida del mundo. Y al escucharla, dice Isaías, “de las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas.” Es una invitación poderosa: dejar atrás lo que hiere y escoger lo que construye.
En un mundo saturado de violencia, polarización y heridas profundas, también en nuestras familias y en nuestras comunidades, esta profecía suena como un susurro cargado de esperanza:Sí es posible un mundo distinto. Sí es posible un corazón distinto.
Pero Isaías cierra con una exhortación directa: “Caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 5)No dice “sentémonos”, sino caminemos. La fe no es estática. Adviento es movimiento hacia Dios.
San Pablo retoma este mismo tema y lo aterriza con fuerza: "Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño" (Rom 13,11). ¿Cuál es ese sueño del que habla San Pablo? El sueño de la indiferencia, de la tibieza, del cansancio espiritual, el sueño de vivir como si Cristo no tuviera nada nuevo que decirnos hoy.
Pablo contrasta “las obras de las tinieblas” con “las armas de la luz.” La vida cristiana no es una zona gris: o caminamos hacia la luz o retrocedemos a la oscuridad. Y Pablo nos da el camino: revestirse de Cristo. Es decir, permitir que su modo de amar, de mirar y de actuar, se vuelva nuestro modo cotidiano.
Adviento, entonces, no es un tiempo sentimental, sino un tiempo de combate interior, donde Dios quiere despertar lo mejor de nosotros.
El evangelio de Mateo nos habla de vigilancia. Jesús recuerda los días de Noé: todos vivían en lo cotidiano —comer, beber, casarse— sin darse cuenta de que Dios estaba actuando. Nunca fue el pecado lo que los sorprendió, sino la distracción.
Hoy vivimos algo parecido. A veces podemos estar tan ocupados que dejamos pasar al mismo Dios cuando toca nuestra puerta.
Jesús concluye: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor.”
La venida de Cristo no es solo el fin de los tiempos. Viene cada día: en la Palabra, en la Eucaristía, en el hermano necesitado, en los acontecimientos de nuestra vida. Pero solo lo percibe quien tiene un corazón atento, despierto.
Cuenta una antigua historia que en un faro costero trabajaba un guardián que recibía cada mes una cantidad limitada de aceite para mantener encendida la luz durante las noches.
Una tarde se le acercó una mujer del pueblo pidiéndole un poco de aceite para calentar su casa.Luego vino un granjero que quería aceite para su lámpara. Después un pescador necesitaba aceite para iluminar su bote. El guardián, movido por la compasión, dio un poco a cada uno.
Al llegar la última noche del mes, el aceite se había acabado. La luz del faro se apagó. En la oscuridad, dos barcos chocaron contra las rocas. Cuando el guardián fue llamado a rendir cuentas, él explicó sus buenas intenciones.
Pero el supervisor le dijo: “Te di aceite para una sola misión: mantener la luz encendida. Otras cosas eran buenas, sí, pero tu misión principal quedó desatendida.”
Del mismo modo, hermanos, nuestra misión principal es mantener encendida la luz de Cristo en nuestro corazón. Podemos hacer muchas cosas buenas, pero si descuidamos lo esencial la Eucaristía, la oración, la conversión, la vigilancia del amor podemos perder la luz cuando más se necesita. Adviento es el tiempo para reavivar esa lámpara.
Hoy iniciamos el camino hacia la Navidad. Isaías nos invita a caminar hacia la luz; Pablo nos pide despertar; Jesús nos llama a velar.
Medito todo esto y considero: ¿vislumbro este adviento como un tiempo de renovación real, de apertura del corazón, de sensibilidad a la presencia de Dios? ¿Me siento como en un sueño o sopor espiritual de vida que no me deja mirar con claridad mi rumbo de vida hacia el encuentro de Dios y de los demás? ¿Puedo darme hoy la oportunidad de que resuene en mí la invitación de despertar a la verdadera vida que me ofrece el Señor? Hablo de esto con Él.






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