Un fuego que arde en el corazón
- Isaías Mauricio Jiménez
- 16 ago
- 2 Min. de lectura
He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!
Jesús comienza el evangelio de este día con palabras fuertes, tal vez desconcertantes para muchos. Sin embargo, lo primero que quiere dejar escrito en el corazón de sus seguidores es que Él no viene a dejar las cosas como están, como si nada sucediera, sino a encender algo nuevo: viene con un fuego que da vida, el fuego del amor que ilumina y calienta nuestra frialdad, que purifica y renueva; un fuego que incomoda, porque cuando llega a lo mas profundo de nosotros, nada vuelve a ser como antes.

Ese fuego del que habla no es literal. Es más bien como una chispa que nace del corazón cuando entendemos algo importante, cuando descubrimos un sentido nuevo para la vida, cuando decidimos dar un paso que sabemos cambiará todo.
Hay una realidad en evangelio del Señor, no se conforma con que vivamos a medias, con que sigamos rutinas de fe, como muchos solemos hacerlo, sin dejarnos transformar desde dentro. Quiere llegar a lo más hondo, ahí donde nuestras seguridades, nuestras heridas y nuestras resistencias encuentran comodidad. El fuego que trae quiere “derretir” lo que esta endurecido, quemar lo que no nos sirve y dejar espacio para lo que Él nos trae.
Ahora bien, el mismo Jesús advierte que este fuego nuevo, su llegada al corazón humano, puede provocar división. No porque desee la separación entre los miembros de su Iglesia, las familias, o entre amigos, sino porque su mensaje nos pone ante decisiones concretas: optar entre lo que nos acerca a la vida plena o lo que nos aleja de ella, y elegir siempre implica renunciar. Habrá quienes no logren entender, quienes se quieran quedar en la comodidad aparente de lo de siempre, quienes se sientan desafiados por la luz que trae el fuego de Dios para nuestro vivir. Y sí, a veces eso duele, sobre todo cuando ocurre con personas cercanas.
Seguir al Señor es optar, elegir con libertad. Esto significa dejar atrás lo que no nos deja crecer, aunque duela o nos haga salir de nuestros esquemas. Podemos pensar en relaciones que alejan de la verdad, o los miedos que paralizan, tal vez un hábito que adormece al buen espíritu.
El fuego de Jesús no es un adorno espiritual, es una invitación a movernos, a dejar cosas atrás, a soltar miedos, a animarnos a hacer lo que sabemos que es humano con el hermano, aunque cueste. Porque cuando algo dentro de nosotros se enciende, todo comienza a verse distinto: la forma de mirar nuestra vida, de amarnos a nosotros mismos y amar los demás, de entregarnos, de servir.
Sin duda el evangelio de este día nos hace cuestionarnos: ¿quiero un Jesús que adorne mi vida o un Jesús que la trasforme? ¿un fuego que nos alumbre de lejos o un fuego que arda en el interior, en el corazón, al punto de contagiar a otros? Mira como la luz de Dios ilumina tu rostro y te devuelve la vida. Escucha la voz de Dios que te susurra: “deja que mi fuego arda en tu interior.. y ve a encender al mundo con mi luz”.






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