Orar, siempre
- Pbro. Edgar Sánchez Sánchez
- hace 16 horas
- 2 Min. de lectura
Para enseñarnos cómo es Dios, qué es el Reino, cómo podemos alcanzar la vida eterna, cómo conviene que oremos, Jesús recurre a las parábolas. La parábola que hoy leemos en el evangelio ilustra el caso de una viuda que pide justicia a un juez “que no temía a Dios ni respetaba a los hombres”. Casos como éste abundan hoy en día. Hombres y mujeres claman justicia por ser víctimas de la violencia o de la corrupción, y no la consiguen. Aquí la viuda logra su objetivo a fuerza de insistencia, así como el amigo inoportuno que a media noche pide a su amigo tres panes. “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”, dijo Jesús en aquella ocasión. Aquí, en un contexto de duda, de incertidumbre por la llegada del reino, de desánimo, Jesús insiste en la necesidad de la oración. Así como lo ha hecho Él desde el comienzo de su misión, así como lo hará en Getsemaní, en los momentos más difíciles.

Pero lo realmente paradójico es la conclusión de nuestra parábola. Del juez injusto se pasa a Dios, quien con mucha mayor razón escuchará a sus elegidos cuando clamen a Él “día y noche”, aún cuando a veces parece demorar. Se trata de gritos insistentes, tal vez desesperados, de clamores por la justicia, hacia el Señor bueno y misericordioso, como último recurso.
La invitación va en la línea de la fe y la justicia. Hay que orar con fe, con insistencia, para que el Reino venga y se haga justicia. Hay que trabajar con esperanza por esto que pedimos, sabiendo que Dios escucha y atiende con prontitud cuando así conviene.
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