Ni un cabello de su cabeza perecerá
- Pbro. Artemio

- 14 nov
- 3 Min. de lectura
La idea del Día del Señor no es nueva o exclusiva del mensaje de Jesús. Ya el pueblo judío creía que el tiempo tenía dos edades: la edad presente, que no es una edad muy buena, es incompleta y se percibe que acabará en destrucción; y la era por venir, que sería una edad dorada donde Dios daría plenitud a su pueblo en entera comunión y convivencia con Él; pero, entre una y otra, estaba vislumbrado el Día del Señor. Este Día del Señor daría fin a la edad presente con terribles cataclismos cósmicos y con dolores de parto daría inicio a la nueva era del Señor.
El mensaje de san Lucas que escuchamos hoy, se enmarca en este contexto de cosmovisión judía. Primero, porque retoma los mensajes de los profetas: «He aquí que el Día del Señor llegará terrible…» (Cf. Is 13,9; Jl 2, 2-2; Am 5,18…). Y también porque recoge una de las ideas premonitorias básicas del tiempo de Jesús. Sabían que llegaría un momento repentino de destrucción y de cambio, de fin a una etapa y de inicio de una nueva era definitiva y mejor.

Por esta razón, no es raro que las primeras comunidades cristianas, una vez que vieron partir al Señor Jesús al cielo, y que escucharon de los labios del Maestro decir que vendría de nuevo, hicieran una conexión entre ambas realidades. Ahora el Día del Señor, su segunda venida entre nosotros, donde se dará fin a esta realidad y comienzo a una nueva, viene llena de estos mensajes de cataclismos y de destrucción, pero, lo realmente nuevo es, la afirmación que recogieron del Señor, lo que prometió el Señor Jesús a sus discípulos: «…ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida» (Lc 21, 19).
Es un mensaje que les ha quedado muy claro: Jesús es el Señor del universo. Tiene el poder y la primacía sobre toda la creación. Los discípulos se sienten seguros en Él. Confían que el Señor les libra de cualquier suerte catastrófica. Él sostiene a cada uno sin que este perezca. Eso lo entienden y lo viven a profundidad. Saben que todo cataclismo es menor que el Señor. Se saben sostenidos por Él.
Y es que el aliento de la fe crece cuando se mira en esa dirección. Si el Señor es quien está en el corazón del discípulo este, aunque muera a esta edad, no perecerá. Sabemos que esta realidad va a desaparecer, y debe ser así, para que se dé inicio a una mejor vida con el Señor, en plenitud y amor, donde todos los enemigos serán vencidos definitivamente.
El discípulo, al oír esto puede llenarse de temor. Sin embargo, el Señor Jesús le orienta: el temor no se debe quedar puesto en el cataclismo, sino en una vida propuesta sin el Señor. No se trata de conservar este cuerpo, esta materia, sino de evitar perecer eternamente, sin estar injertado en el Señor, se trata de evitar la muerte del alma.
Retomo el evangelio y me pregunto: ¿Cómo percibo el Día del Señor? ¿Me he puesto a pensar en que existe un Día del Señor individual donde cada uno dejará esta edad para pasar a la definitiva o eterna? ¿Qué me hace pensar eso? ¿Cómo está mi fe y mi confianza en el Señor? ¿Me sé sostener en Él en medio de tragedias y realidades que me amenazan a mí y a los míos? ¿Cómo estoy en relación con el Señor hoy? Hablo de esto con Jesús.






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