Los defectos de Jesús
- Pbro. Isrrael Matías Herrera
- 13 sept
- 3 Min. de lectura
Era seminarista. Llegamos con mi grupo a la parroquia de un padre que nos daba clases en el Seminario. Estaba celebrando la Eucaristía. Era el momento de la homilía. Expresó algo que siempre recuerdo, por tanto, llamó mucho mi atención: habló de los defectos de Jesús. Yo solamente me acordaba de uno: Jesús olvida todo. Hace poco tiempo me encontré nuevamente al sacerdote mientras compartíamos una reunión y le dije de mi recuerdo. Sonriendo me dijo: son cinco defectos. Ése es solo uno. Como me vio interesado, o con curiosidad, en breve tiempo fue a su oficina y me compartió su libro. Me dijo, nuevamente sonriendo: es prestado, pues me lo regaló un familiar.

Hoy al meditar el Evangelio (Lc 15, 1-32), menciono esas breves ideas, porque en ellas aparecen tres de los defectos de Jesús. Primero: «Jesús no sabe de matemáticas». Esto lo podemos ver en el pasaje de la oveja perdida. Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran reprobado. Para Jesús, «uno» equivale a «noventa y nueve», ¡y quizás incluso más! Segundo: «Jesús no sabe de lógica». El relato de la dracma perdida nos lo refiere. ¡Es realmente ilógico molestar a las amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y, además, al invitar a las amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos. No hay nada de lógica nuestra en ello. Tercero: «Jesús no tiene buena memoria». La parábola del hijo pródigo nos habla de ello. Cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso… (Cf. F.X. Nguyen van Thuan).
Aunque estas tres parábolas nos hablan de realidades perdidas: una oveja, una dracma y un hijo, quisiera centrar mi atención en la última de ellas: el hijo que se ha perdido. Esta bellísima escena personaliza el encuentro de un padre y un hijo. Tantas veces lo hemos escuchado. Leído. Meditado. Pero siempre aparecen elementos nuevos en nuestro presente. Este pasaje nos hace recordar algunas escenas de la historia. Está el bello encuentro también de dos hermanos Jacob y Esaú. Jacob pensaba lo peor en el reencuentro con su hermano pues le había quitado la primogenitura. Pero él mismo llega a expresar: he visto el rostro de Dios en ti. Lo abrazó. Lloró. (Gn 32). Ahí, la relación y el vínculo familiar mueven más que el propio conflicto personal. También en las primeras páginas del libro del Génesis, aparece la relación de dos hermanos, la primera, la de Caín y Abel. En el bello y breve poema de Borges, donde los hermanos se vuelven a reencontrar y se piden perdón, no hay culpa, no hay venganza. Se busca el encuentro, la hermandad y el perdón. El Evangelio no es la excepción: aparecen dos hermanos. Ambos no se sienten hermanos. No se sienten hijos del padre que los ama sin medida. y que los busca o espera para que estos a sí mismos también se encuentren.
Con esto, se puede reflexionar que a lo mejor hemos sentido que algo se perdió en nuestra vida, que necesitamos encontrarlo, o lo que es mejor: dejar que me encuentren si el que se ha perdido soy yo. Si algo se fracturó en la relación familiar, personal, con Dios. Dios es un Dios de encuentro, de relación. Y ahí donde nos hemos fracturado, vuelve Él a sanar esa relación que tanto bien nos hace. Para un desencuentro se necesita un encuentro. Y es el Señor, quien promueve esa cultura del encuentro para sanar de lo que estamos lastimados. El Señor, no se cansa de buscarnos.
Dialogo con Él: cuando en varias ocasiones de mi vida, también me siento perdido, sin rumbo, sin dirección…Y agradezco si en la vida he podido encontrar y dar encuentros sanadores: sin culpas, sin reclamos, sin juicios, sin condenas… ¿Qué le dice la Palabra hoy a mi vida? ¿Cómo está mi mundo de relaciones, conmigo, con los demás, con el Señor? ¿con quién o quiénes he vivido algún desencuentro? ¿Me siento hijo del Padre, me siento hermano con los de mi sangre, hermano con la comunidad? Hablo con el Señor de mi realidad personal, pues Él es el primero que me sana. Y me hace sentir nuevamente en casa.
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