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La paz de Jesús nos habita

  • Foto del escritor: Luis Ariel Lainez Ochoa
    Luis Ariel Lainez Ochoa
  • hace 14 minutos
  • 3 Min. de lectura

No es difícil percatarse que el tiempo de Pascua está llegando a su término, cada domingo hemos ido tomando más distancia de las primeras apariciones del Resucitado y de la novedad de esta noticia, que, aunque no deja de ser fundante y principal, va abriendo paso acomunicar los frutos que el Resucitado concede a quienes crean en Él. 


El evangelio de este domingo nos sitúa en el discurso de despedida de Jesús antes de padecer, es el primer anuncio de la venida de un Paráclito (consolador, abogado); los discípulos están reunidos junto a su maestro trémulos y expectantes, pero Jesús permanece firme y determinado, una vez más les recuerda que la clave para entender el desenlace de su misión es el amor. 

Este amor del que habla Jesús no es una idea romantizada, no es un concepto abstracto que se adquiere después de elevadas reflexiones, no es tampoco un acertijo que descifrar, el amor que el Hijo anuncia es algo concreto, es relación y cumplimiento, porque quien verdaderamente lo ama cumplirá sus palabras, hará el esfuerzo por vivir según la propuesta del Reino, no bajo sus percepciones e intereses, sino tomando como referente siempre al Señor, maestro y modelo. 

Este amor es relación porque el hacer vida las enseñanzas de Jesús tendrá como consecuencia inmediata la inhabitación del Padre y del Hijo -que son relación de amor- en aquella alma que anhela esta presencia. Esto es posible por la acción del Espíritu Santo, que Dios da a quienes lo obedecen, es el mismo Espíritu que Jesús promete a los suyos el que hará que comprendan lo que hasta ese momento no alcanzan a asimilar, es el Espíritu de Dios que se presenta como memoria e iluminación. 

Indudablemente lo anterior suena muy bello, sin embargo, todavía suena complicado, hagámoslo simple: Cristo no duda en seguir recalcando a sus discípulos la necesidad del testimonio, de una fe que se concretiza en la vida de cada creyente, en sus gestos, en sus decisiones, en su generosidad y servicio. En la bondad de su corazón Jesús dona a los suyos su paz, no como la del mundo, puesto que no les dispensará de persecuciones, calumnias y peligros, sino que les concederá la fuerza para vencer, por ello enfatiza el no turbarse ni acobardarse, la paz del Señor es pues sostén y valentía en los momentos complicados. 

Resulta muy interesante como el Señor presenta al Espíritu como un recordador, aquel soplo que vuelve a traer al corazón las enseñanzas del Señor y su paso concreto por nuestras vidas, el Espíritu es quien refresca en la vida del creyente el amor salvador de Jesús, por ello lo envía como auxilio. En una época donde tenemos tantos recordatorios de nuestras múltiples actividades en los dispositivos móviles, ¿hay espacio en el corazón para un recordatorio más del amor que Dios nos tiene? 

En esta línea, el papel del Espíritu en nuestra vida puede parecerse a nuestra galería de imágenes en nuestros celulares, sin duda capturamos los momentos bellos, impactantes y vibrantes de nuestra vida, aquellos donde fuimos felices y nos sentimos amados y ahí están, en la nube, en la memoria, sin embargo, nunca volvemos a ellos, son recuerdos que han sido almacenados, sucesos que han dejado de palpitar. El Espíritu Santo no puede ser eso, Jesús lo envía para que sea vida, fuego, movimiento, luz, un motor que nos mueva a amarlo y a dejarnos amar por Él y por el Padre. 

En mi vida cotidiana, ¿siento que la paz de Dios habita en mí?, ¿percibo una luz interior que me inspira en mis acciones y relaciones?

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