Estar a los pies del maestro
- Pbro. Bartolomé de Jesús Antonio Sánchez
- 19 jul
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 ago
El evangelio de Lc 10,38-42 nos regala hoy una bella estampa conocida y cincelada en el inconsciente de cada cristiano, la escena donde Jesús evangeliza a Marta y María, y les enseña a «escoger la mejor parte» (Lc 10,42). Sin duda el evangelista Lucas que trata de presentar Jesús como modelo de la oración no deja pasar por alto la escena y nos invita a todos los lectores a aprender a orar y laborar al modo de Jesús.

Un Dios que sabe amistar y descansar
Jesús, sabiendo que ha llegado el cumplimiento de su hora, hace un alto para visitar a personas muy significativas en su vida y al mismo tiempo aprovecha para catequizar y descansar.
Dios se ha hecho amigo de la humanidad y concretamente amigo de Lázaro, Marta y María a tal grado era la amistad que frecuentaba la casa de ellos (Jn 11,1. 12,1) y tan profundo era el vínculo que los unía que algunas traducciones de la biblia expresan que Jesús lloró ante la muerte de Lázaro (Jn 11,33). Es importante notar este detalle que la divinidad de Jesús no disminuye en nada la humanidad del Hijo de Dios. Jesús no estaba revestido de cuerpo humano, sino que era hombre verdadero, con su temperamento y sus reacciones naturales plasmadas a lo largo de los cuatro evangelios: «ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado» (Heb 4,16).
Rompiendo los esquemas tradicionales de su tiempo
Con mucha probabilidad María formaba parte del grupo que llegó con Jesús y se quedó con los hombres escuchando en lugar de ir a servir junto con las mujeres, coma lo exigía la costumbre, las normas, el código de comportamiento. Se sentó a los pies del Señor. Es la actitud tradicional del discípulo, sentado a los pies de su maestro. María se sentía bien allí y también sabía que su presencia no desagradaba a Jesús. Supo aprovechar brevemente esos momentos en que Jesús podía estar con ella y ella podía escucharle.
Por otra parte, muchas cosas son necesarias en la vida del hogar: limpiar, preparar la comida, cuidar de los niños etc. Pero si con todo lo anterior ya no queda tiempo para escuchar al Señor y a los demás ¿Qué sentido tendría la vida? Si somos seres de relación y nuestra relación fundamental es con Dios, con nosotros, con el prójimo y con la creación.
Por su parte Marta podría representar esa parte inquieta que nos habita, que no sabe hacer un alto y se pasa la vida tratando de llenar ese vacío con un activismo exagerado. Y ¡ojo! a veces también nuestra oración puede ser agitada; se van multiplicando las palabras, los rezos, la exposición de inquietudes al Señor como si fuera un cambista (te doy esto para que me des lo que te pido…).
Por su parte el Evangelio nos enseña que orar es tomarse un tiempo para escuchar, para meditar en silencio la palabra de Dios, es callar nuestros deseos para poner toda la atención en Dios, que está presente secretamente, y como lo expresó el Papa León XIV «cuando el corazón ora en silencio, el cielo responde en paz. Que cada día, aún en el ruido del mundo, aprendamos a escuchar a Dios con los oídos del alma».
Delante del Señor me pregunto ¿Qué tiempo dedico para la escucha de la Palabra de Dios?, ¿tengo un horario y lugar específico para hacer oración?, ¿soy fiel al lugar y al horario asignado para la oración? Le pido al Señor el deseo profundo de buscar en los momentos del día espacios para encontrarme con Él, a ejemplo de María un espacio donde Jesús podía ser de ella y ella de él, escuchándolo.






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