El que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra
- Pbro. Francisco Suárez González
- 6 abr
- 2 Min. de lectura
¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres! El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo. Los escribas y fariseos, con el corazón lleno de hipocresía, le llevan a Jesús la mujer adúltera. Se acercan al Maestro, no porque busquen realmente saber cómo piensa o cuál es su doctrina sino para tentarlo.

¿Aplicará la ley? ¿Será justo? ¿Será compasivo? Para cualquier respuesta, humanamente esperada, tenían motivos para acusarle. Pero olvidaban que la Persona que estaba enfrente de ellos no sólo era verdadero Hombre sino verdadero Dios.
Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en el pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que sólo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso.
Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida. Para esto ha venido el Hijo de Dios al mundo, para redimirnos de nuestros pecados con su pasión y muerte. Y para llamarnos a vivir plenamente desde esa redención.
El periodo de cuaresma nos ofrece constantes oportunidades para aplicar las enseñanzas de Cristo. Por ejemplo, los padres, en algunas ocasiones, deberán corregir a sus hijos. La corrección no está mal, sin embargo se les invita, al mismo tiempo, a dejar la puerta abierta al amor, al perdón y a la reconciliación. Cuando tenemos que hacer ver un error a alguien, podemos buscar cómo hacerlo de la mejor forma para que no se mezclen mis buenas intenciones con algunas pasiones desordenadas.
Recordemos el ejemplo vivo de Cristo Sacerdote en el sacramento de la reconciliación que, cuando nos acercamos, se logra ver la desgracia del pecado, pero al mismo tiempo se acoge con amor al pecador así como Cristo lo hizo con la mujer adúltera.






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