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Bendito el que me ha amado

  • Isaías Mauricio Jiménez
  • 12 abr
  • 3 Min. de lectura

La llamada escalada cuaresmal está llegando a su fin para abrir paso al misterio Pascual. En un primer momento aparece la invitación a preguntarnos ¿cómo estamos recibiendo al Señor para estos Días Santos?, ¿cómo hemos preparado el alma para acompañar más de cerca a Jesús en los días de la Pasión? Para esto, es necesario volver sobre nosotros y propiciar un encuentro personal con el Señor y en él buscar la oportunidad de discernir nuestra vida de cara al Señor. ¿Está nuestro corazón centrado en el Señor?, ¿que nos falta? «Todavía es tiempo, dice el Señor» (Jl 2, 12).

Hemos caminado con Jesús para escucharle, para aprender de Él: nos ha conducido a alimentar el espíritu con la Palabra del Padre; nos ha enseñado a no quedarnos en las cosas cómodas y fáciles sino que es necesario bajar del Tabor para llevar a cabo el plan de Dios; nos ha dicho que debemos de dar frutos y que por ellos nos han de conocer; nos ha mostrado el rostro misericordioso del Padre que nos espera paciente, sin juicios ni reclamos, y que sale siempre en busca de sus hijos; nos ha quitado cargas tan pesadas de la ley que nos llevaban a no mirar la realidad del hermano, porque actuábamos siendo legalistas. Lo sorprendente de todo esto es que tenemos aún la oportunidad de seguir aprendiendo: qué bien nos viene aprender del Señor, que es manso y humilde de corazón(cfr. Mt 11, 29); y sobre todo, qué bien se vive, estando a su lado. 

Ahora bien, no se trata de buscar grandes cosas para ser los mejores en el Reino de los cielos. Ahí en lo sencillo, en lo secreto, es donde tu Padre está; en las cosas pequeñas de cada día está lo sagrado. Entramos a Jerusalén, mirando a Jesús montado sobre un asno, mostrándose como el servidor humilde. Esto ya nos dice mucho: el verdadero poder no es como el que muestran las naciones y la sociedad de hoy, no se impone, sino que se ofrece a sí mismo. El poder es el del amor. No aplasta a los demás para poder sobresalir, sino que levanta al caído, ayuda al que necesita. No construye con guerras y armas, no a fuerza de gritos o insultos, sino que lo hace con gestos de ternura, tan sencillos y llenos de bondad. Ése es el verdadero poder, el poder del que tanto hablamos y que encontramos en Jesús, el poder de estar con el otro y acompañarlo con todo nuestro ser, desde el corazón.

Entonces comprendemos que lo que el mundo «del hoy» nos ofrece, que es idolatrar lo espectacular, buscar aparecer, ser lo más visibles, el éxito exagerado, lo grandioso, no es lo que Jesús busca sembrar en el corazón de sus fieles: ¿y si lo verdaderamente grande es lo que no sale en redes sociales, lo que se aplaude en público? ¿y si el reino de Dios se construye en lo oculto, en lo cotidiano, en lo humilde? «Tu Padre que ve lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 6).

Jesús sigue entrado en nuestras ciudades, en nuestras casas y en nuestros corazones. ¿Qué nos corresponde? Aceptar su invitación, dejar mirarnos por él, dejar amarnos por él. Las multitudes aclamaban al Señor porque habían visto sus obras, porque se acercó a los que nadie miraba; a los que eran excluidos, a los enfermos, a los pobres, a los despreciados. Por eso le amaban, le seguían, le gritaban «¡Bendito!». Nosotros, ¿amamos realmente al Señor? ¿Nos hace sentir mirados y amados por él? ¿No es acaso lo que necesitamos en la sociedad? Que alguien nos mire con compasión, que nos dé esperanza en nuestras vidas, que sea luz, que nos recuerde que somos hijos amados de Dios. Si callamos, gritarán las piedras… El Señor nos invita a estar disponibles para su reino. No le importan los títulos, ni el poder, ni la fama, necesita corazones disponibles. 

Contemplo a Jesús, montado sobre un burrito, porque lo necesitaba, rodeado de tanta gente que se sentía amada por Él al grito de «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene!». Me hago parte de la procesión, mientras medito: ¿Qué significa esta entrada de Jesús para mí en mi propia ciudad interior, como en Jerusalén? ¿Qué bienvenida le doy? ¿Qué me hace sentir su decisión de entrar en mi vida una vez más de modo humilde y sencillo? ¿A qué me invita? 

Platico con Jesús sobre esto y me dejo llevar por su espíritu para vivir esta Semana Santa junto a Él.

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