Tres maneras de amar: Un solo Dios
- Isaías Mauricio Jiménez
- hace 6 días
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Nos situamos en la fiesta de la Santísima Trinidad, sin duda alguna un misterio para muchos, una realidad viva y amorosa para otros. En el evangelio de hoy, Jesús se dirige a sus discípulos con una ternura desarmante: todavía no pueden comprenderlo todo. No hay impaciencia ni juicio, hay comprensión y, sobre todo, sigue una promesa: que el Espíritu los irá guiando poco a poco hacia la verdad plena.
Ya este episodio del evangelio revela algo esencial sobre Dios: su manera de actuar que escapa de nuestra realidad. No es un Dios que se impone por sobre todo, sino que acompaña. No es un Dios que exige resultados inmediatos en la humanidad, sino que camina junto a sus hijos conpaciencia y comprensión, respetando los tiempos de cada uno. Así actúa en la vida personal de cada ser humano, con discreción, con respeto y con fidelidad.
El misterio de la Trinidad no se presenta como un problema teológico a resolver, sino como una clave para comprender cómo se mueve Dios en nuestra vida: el Padre da sin importar, sin condicionar, el Hijo acoge y se entrega por amor, el Espíritu anima y conduce a los que piden su luz. Tres maneras distintas de amar y, sin embargo, un solo Dios, un mismo amor. No es una idea para comprender con la cabeza, sino una verdad que se intuye cuando se experimenta el amor verdadero, la comunión auténtica y sincera, el perdón que transforma vidas, la confianza que nos hace libres.
En medio de las preguntas, de las búsquedas constantes, los miedos y los silencios que muchas veces marcan nuestro caminar diario, el Espíritu sigue hablando. No con gritos, sino en el susurro, con luces y no con certezas absolutas. Guiar a la verdad plena no significa dar todas las respuestas de un solo golpe, sino que se trata de enseñar a mirar con nuevos ojos, a vivir más en la profundidad, a abrirse a las novedades de todos los días. Así actúa la Trinidad, así se mueve el Dios en el que creemos.
Dios se comunica en todo: en lo grande y en lo pequeño, en lo claro y en lo incierto. La Trinidad nos invita a mirar la propia vida como un proceso, no como un examen. Nos invita a confiar en que la Verdad se va revelando en el tiempo, cuando se camina desde nuestra humanidad, con apertura y escucha.
En fin, hoy la invitación no es comprender un misterio, sino vivir como hijos, como hermanos, como personas habitadas por el Espíritu Santo, porque cuando una vida se convierte en un don, cuando se deja amar y se aprende a amar, entonces el misterio deja de ser una teoría y se convierte en experiencia, en vida. Es ahí, en lo más humano, cuando aparece lo más divino.
Contemplo a la Trinidad, que me mira con amor, y dejo que el Espíritu Santo me ilumine para reflexionar: ¿Reconozco su presencia en medio de mi fragilidad o en mis búsquedas más profundas? ¿Escucho sus susurros en lo cotidiano, o me aferro solo a lo que puedo controlar o entender? ¿Dónde me invita Dios hoy a vivir más desde el don y menos desde el yo?
Hablo de esto con el Señor y dejo que su mirada me transforme.
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