Señor y dador de vida
- Pbro. Francisco Ontiveros Gutierrez
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura
Pentecostés es, sin duda, una nueva Creación. Así como en el origen el viento de Dios aleteaba incólume sobre el caos. Así, el día de Pentecostés, cuando los discípulos encerrados por miedo, agazapados para no ser descubiertos, asisten ellos mismos a una nueva Creación, ¡la Creación de la Iglesia!: una impetuosa ráfaga de viento irrumpe y a todos les concede la gracia de expresarse. Ese es el don de la comunidad: hablar la lengua que el Espíritu nos conceda expresar (cfr. Hch 2,4). ¿Qué realidades pongo ante el Espíritu para que las siga creando con su viento?

La lengua del amor, de la valentía, del testimonio. Así pues, el Espíritu está presente, como Señor que anima, construye y fortalece junto a María y los discípulos. En donde está reunida la comunidad, donde está Pedro, María y los demás apóstoles, ahí está el Espíritu animando la unidad, respetando y conservando las diferencias. ¿En qué aspectos necesito aprender a comunicarme mejor?
La presencia del Espíritu Santo trae consigo siete dones, y estos a su vez, frutos. Por esta razón, la nuestra es una Iglesia que discierne, que gusta el sabor de las experiencias de la vida, que descubre a Dios en los pequeños del mundo (sabiduría). Es una Iglesia que, iluminada por la Palabra, comprende el misterio de Dios a la luz de la vida de los hombres (entendimiento). Es una Iglesia hermana, solidaria, accidentada por ir junto a los hermanos, una Iglesia que anima (consejo). Una Iglesia valiente y que ya no tiene miedo, una comunidad fiel y perseverante que sabe estar en el mundo con audacia (fortaleza). Una Iglesia que juzga desde la óptica del Creador (ciencia). Que desde la ternura del Padre sana las durezas de los hermanos (piedad). Una Iglesia que se preocupa por todos, especialmente por los más vulnerables, que ama y se hace samaritana (temor de Dios).
Dialogo con el Señor de todo lo que se mueve en mi interior.
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