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El aquí y ahora de la conversión

  • Foto del escritor: Luis Ariel Lainez Ochoa
    Luis Ariel Lainez Ochoa
  • 23 mar
  • 3 Min. de lectura

A partir de este domingo, el evangelio de Lucas irá guiando al fiel por un camino penitencial que busca que cada cual pueda ir encontrando sus propias huellas en el retorno al corazón amoroso de Dios. Sin embargo, la primera actitud que el cristiano necesita para emprender este camino es la toma de conciencia del lugar y la situación desde la que es invitado a partir. 

Ante Jesús llegan algunos con la última novedad, unos galileos fueron asesinados por orden de Pilato mientras ofrecían sus sacrificios, el hecho es tan alarmante ya que su misma sangre se mezcló con la del sacrificio. Lo que buscan estos es que Jesús afirme que la consecuencia de su fatal destino es su condición pecadora, su empecinamiento en el mal. No obstante, Cristo rebate esta afirmación. 


Aun más, Jesús evoca otra noticia fresca todavía: dieciocho hombres habían sido aplastados por una torre que se había desplomado. Para el pueblo de Israel, quien tenía un desenlace catastrófico era porque había sido olvidado por Dios, estaba maldito, sus malas decisiones le habían llevado a tal destino. 

Cristo sorprende porque no exime a estas victimas de su condición, no las indulta, es más ni repara en ello; sino que cuestiona a aquellos que creen no estar tan errados en su conducta de vida. En lo que el Señor repara es en lo importante y urgente que debe considerar cada cual el abandonar aquello que lo lastima, lo divide y lo aleja de Dios. Para no perecer de igual modo, dirá. 

El evangelista ofrece al fiel la parábola de la higuera infértil; un dueño impaciente por tener tres años esperando frutos y que al no verlos ordena cortarla, un viñador que intercede para darle al árbol una ultima oportunidad de producir frutos. ¿Puede la parábola ser más clara? 

Bellamente Lucas resalta el cuidado especial que el viñador tendrá -remover la tierra y poner abono- para que la higuera sea fértil, ese viñador es Cristo que con su persona, palabra y sacramentos busca provocar en cada seguidor ese movimiento de vida que solo su gracia produce. Este cuidado especial bien puede encontrar su eco en el tiempo que la Iglesia propone ahora. 

Hay que advertir que se puede caer en la trampa de ver este tiempo de Cuaresma solo como un tiempo con un tinte prohibitivo donde a veces se cumple y a veces no, que no impacta en la vida ni la dirige; y no como la oportunidad que el creyente tiene para situarse con mucha honestidad en el hoy de su vida, para así comenzar a caminar teniendo como brújula el deseo de conversión y como meta al Padre. 

El signo claro y contundente que Jesús menciona son los frutos, la esterilidad es el resultado de aquel que teniendo la oportunidad de florecer y nutrir a los demás con su vida y dones, permanece estático, ocupando un espacio, negándose a dar de sí mismo. Lo interesante de la parábola es que no concluye, no se sabe si la higuera producirá los frutos o no, si los trabajos y esfuerzos del viñador impactarán positivamente en ella o la rebeldía de sus raíces será más fuerte…

Medito: ¿Me considero mejor persona que los demás y por tanto merecedor de un trato especial por parte de Dios?, ¿he tenido la suficiente honestidad para ver mi vida a la luz de Cristo y así permitirle que obre en mí? Le pido a Jesús que remueva mi interior para más amarle.

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