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Con Jesús a la montaña

  • Pbro. Bartolomé de Jesús Antonio Sánchez
  • 15 mar
  • 3 Min. de lectura

Del desierto a la montaña. Seguimos en el capítulo nueve del Evangelio de san Lucas (9,28-36) conocido como la Transfiguración de Jesús, es uno de los relatos más significativos del Evangelio, ya que revela de manera profunda la divinidad de Jesús y su conexión con la historia de la salvación. Este evento, que ocurre en un contexto de preparación para la Pasión de Cristo, contiene múltiples significados: teológico, espiritual y simbólico que enriquecen nuestra comprensión de la misión de Jesús y la naturaleza de su relación con Dios Padre.

 

Contexto y Preparación para la Transfiguración

En los versículos previos (Lucas 9,18-27), Jesús realiza un cuestionamiento a sus discípulos sobre su identidad, preguntándoles: «¿Quién dicen las multitudes que soy yo?». Pedro responde acertadamente, reconociendo a Jesús como el Mesías de Dios. Sin embargo, a continuación, Jesús les revela la naturaleza de su misión, que no corresponde a una manifestación política o terrenal de poder, sino que implica sufrimiento, muerte y resurrección. Este momento de revelación deja a los discípulos confundidos y desorientados.

 

La Presencia de Moisés y Elías

En la Transfiguración, junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, dos figuras clave de la historia de Israel. Moisés representa la Ley, mientras que Elías simboliza a los profetas. Ambos se presentan conversando con Jesús, como signo de la continuidad entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza que Jesús viene a instaurar. Este encuentro confirma que Jesús no es un líder aislado, sino que es el cumplimiento de la Ley y los Profetas, es decir, es el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo.

 

La Voz del Padre: «Este es mi Hijo, el escogido»

Uno de los elementos más enérgicos de este relato es la voz de Dios Padre, que desde una nube proclama: «Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo» (v. 35). Esta afirmación refuerza la identidad divina de Jesús, recordando a los discípulos que Él no es simplemente un gran maestro o un líder humano, sino el Hijo de Dios. La voz de Dios también tiene un doble propósito: por un lado, se presenta como una revelación directa de la divinidad de Jesús, y por otro, establece la necesidad de escuchar y seguir sus enseñanzas.

 

El éxodo de Jesús y de toda la humanidad 

El éxodo de Jesús es su paso de la tierra al cielo. Será una asunción, una «elevación» (Lc 9,51; Jn 3,14; 8,28; 12,32). Jesús debe realizar el nuevo éxodo a través de su muerte, de su resurrección, de su ascensión y de su exaltación a la derecha del Padre. Y este «éxodo» de Jesús obrará, para la humanidad, una liberación de la esclavitud de Satanás, como el éxodo de Egipto liberó a los israelitas de la esclavitud del faraón (Cf. Salvador Carrillo Alday). 

 

La Transfiguración no es solo un episodio de la vida de Jesús, sino una revelación profunda que tiene múltiples implicaciones para nuestra vida cristiana. En primer lugar, nos invita a reconocer la divinidad de Jesús, a ver más allá de su humanidad y a entender que su misión está fincada en el plan salvífico de Dios. En segundo lugar, la presencia de Moisés y Elías nos recuerda que la fe cristiana es la culminación de la historia de la salvación que comenzó con el pueblo de Israel. Finalmente, la voz de Dios nos invita a escuchar y seguir a Jesús, el Hijo escogido, como el camino hacia la verdadera vida. La Transfiguración es, por tanto, una experiencia que nos ilumina en nuestro caminar de fe. Nos muestra la gloria de Dios manifestada en Jesús, pero también nos señala la necesidad de escuchar su palabra, vivir conforme a ella y esperar su gloria futura. La invitación es a no quedarnos en la contemplación pasiva de la revelación, sino a vivirla activamente en nuestra vida cotidiana, siguiendo a Jesús hacia su Pasión y Resurrección.

 

Releo el texto y en oración le presento la siguiente petición: Señor quiero acompañarte en tu camino hacia la cumbre del Calvario para después contigo subir al cielo.

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