El camino del abrazo y del reencuentro
- Pbro. Isrrael Matías Herrera
- 31 mar
- 4 Min. de lectura
Señor, una vez más me mueves a seguir contigo en este camino hacia la Pascua. Camino de entrega por amor. Dame la gracia de reconocerme, hijo amado por ti, necesitado de ti, de tu perdón, de tu misericordia. Tú Señor que nunca te cansas de perdonar, de amar y quieres que yo también perdone y ame.
Escuchamos este domingo la parábola del Padre misericordioso.

Del santo Evangelio según San Lucas (Lc 15,1-3. 11-32)
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor le dijo le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre les dijo a sus criados: “¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a unos de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo”. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; el él replicó: “!Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo”.
El padre repuso: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor.
Meditación:
1. La historia pasada. En el Antiguo Testamento en las primeras páginas del Génesis encontramos un bellísimo pasaje que hace alusión al Evangelio de este día. Se trata del encuentro de dos hermanos: Jacob y Esaú. La problemática: la primogenitura. Los dostomaron caminos distintos y, llegado el momento, se encuentran. Jacob se acerca con miedo por el pasado entre los dos: «Él se les adelantó y se inclinó en tierra siete veces, hasta llegar donde su hermano. Esaú, a su vez, corrió a su encuentro, lo abrazó, se le echó al cuello, lo besó y lloró» (Gn 33, 3-4).
2. El Evangelio que ilumina. San Lucas nos muestra una escena parecida: la actitud del hijo menor, regresando a la casa de su padre, con vergüenza y con temor; y el gesto desbordante de alegría y llanto de su padre. Ahí tampoco hay venganza, ni culpa, ni regaños. No aparece ningún gesto de enemistad.
3. El abrazo. En el Génesis los dos hermanos se abrazan. Es una prefigura. En el Evangelio el padre abraza a su hijo con amor. Es un reencuentro familiar. Para un desencuentro, un encuentro. Y, juntando ambos, se puede vivir la expresión que le dice también Jacob a su hermano: «He visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios» (Gn 33, 10). En todo reencuentro de amor, de amistad, está Dios.
4. Mi historia y mi vida.
- En relación con mis cercanos: ¿Con quién estoy viviendo concretamente un desencuentro? Papá, mamá, hermano, amigo, amiga… ¿Me siento movido para un reencuentro? ¿Qué me está impidiendo salir de mí: Orgullo, enojo, vanidad, frustración…?
- ¿Cómo me siento cuando vivo como el hijo menor? Exigiendo. Malgastando mi vida.
- ¿Cómo me siento cuando vivo como el hijo mayor? Con envidias, reclamos, enojos…
- En mi relación con el Señor: ¿Cómo está mi encuentro con Él? ¿Me siento en casa con Dios? ¿Me siento hijo del Padre?
- Señor, dame la gracia de experimentar tu entrañable misericordia por mí. Señor, no siempre me he sentido hijo, a veces no me siento pertenecido, me alejo de mi casa interior donde te encuentro a Ti, me alejo de los demás, me pierdo… Señor, que me deje encontrar por Ti. Amén.






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